México vs. Maíz Transgénico: La Batalla por el Grano Milenario

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En una lucha por preservar su legado agrícola y proteger la salud de sus ciudadanos, México ha declarado una guerra silenciosa contra el maíz transgénico. Desde 2020, bajo el mandato del entonces presidente Andrés Manuel López Obrador, se emitió un decreto que prohíbe el uso de este grano modificado genéticamente para consumo humano, desencadenando una disputa internacional que ha puesto en jaque las relaciones comerciales con Estados Unidos y Canadá.

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Desde las vastas milpas del Valle de México hasta las pequeñas parcelas de Oaxaca, el maíz ha sido más que un alimento; es un símbolo de identidad, cultura y resistencia. Sin embargo, la llegada del maíz transgénico, aquel cuyo ADN ha sido alterado para resistir plagas o herbicidas, ha puesto en riesgo esta herencia milenaria. México, cuna de la diversidad genética del maíz, ha decidido tomar una postura firme: proteger sus más de 60 variedades nativas del grano.

 

El decreto presidencial de 2020 no solo prohibió la siembra de maíz transgénico sino también el uso del herbicida glifosato, asociado con riesgos para la salud humana. La decisión se basó en la defensa de la biodiversidad y la salud pública, argumentando que los transgénicos podrían «contaminar» las variedades nativas o traer consecuencias negativas al consumo humano. Sin embargo, esta medida ha encendido las alarmas en el comercio internacional, especialmente con Estados Unidos, el principal exportador de maíz a México.

 

Los campos de Sinaloa, uno de los estados más productores de maíz en México, se han convertido en un escenario de debate. Aquí, donde el sol besa la tierra para hacer crecer los dorados mazorcas, los agricultores se encuentran divididos. Mientras algunos ven en los transgénicos una oportunidad para aumentar la producción y enfrentar el cambio climático, otros, como el orgulloso milpero Don José, defienden la pureza de las semillas ancestrales.

 

La decisión mexicana ha enfrentado no solo la resistencia de los productores locales sino también la presión de gigantes agroindustriales y gobiernos extranjeros. En 2024, tras una larga disputa bajo el marco del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC), un panel internacional falló a favor de mantener las importaciones de maíz transgénico, obligando a México a reconsiderar su política. Sin embargo, la batalla no ha terminado; la actual administración de Claudia Sheinbaum ha prometido defender la prohibición con fuerza, buscando incluso enmiendas constitucionales para asegurar la conservación del maíz nativo.

 

En las calles de Ciudad de México, la discusión se siente en cada esquina. En mercados tradicionales como el de La Merced, los vendedores de tortillas hechas a mano hablan con orgullo de la pureza de su producto, mientras que en las mesas de los restaurantes, chefs y críticos gastronómicos debaten sobre el impacto del maíz transgénico en la cocina mexicana. La tortilla, icono culinario, se ha convertido en un símbolo de esta lucha cultural y sanitaria.

 

La controversia va más allá de la agricultura; toca fibras profundas de identidad y soberanía. Artistas, activistas y científicos se han unido en campañas para educar sobre los riesgos y beneficios del maíz modificado, con eventos como el «Festival del Maíz Criollo» donde se celebra la diversidad de este grano sin transgenes. Este festival no solo es una fiesta de sabores sino también un acto de resistencia.

 

Finalmente, la prohibición del maíz transgénico en México es una narrativa que no se puede contar sin hablar de la resiliencia de un pueblo que ve en cada mazorca no solo alimento, sino la historia viviente de una civilización. La lucha continúa, y mientras el mundo observa, México defiende su maíz con la misma pasión con la que sus ancestros lo cultivaron hace miles de años.

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